Monseñor Romero
sigue enterrado en el sótano de la catedral de San Salvador con un
tiro a la altura del corazón. Creyeron apagar su voz en 1980, pero
su voz, desde entonces, no ha hecho más que amplificarse por el
mundo entero, encadenándose como su voz por la radio, como aquel
sonido de campanas que escuchó en Roma y que grabó para que las
oyeran sus campesinos de El Salvador, como si se tratara del latido
de su corazón viajando siempre en su pueblo.
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